Más que como ciudadano, siempre me gusta ver las cosas desde
el ojo del periodista en primer lugar. A veces no es fácil desprender un
criterio del otro, pero la caravana de ayer de Capriles en Puerto La Cruz tuvo
algo distinto a cualquier otro acto proselitista que haya tenido la oportunidad
de cubrir y mira si han sido unos cuantos, tanto de chavismo como de oposición.
Sobre todo hay una imagen que me quedó grabada: Fue en Las
Charas. Justo en la puerta de una casita muy humilde estaba parada una mujer en
actitud imponente, de unos 35 años de edad calculo yo. Vestía una franela con
el rosto de Chávez y justo cuando Capriles pasó frente a ella montado en una
pick up, logró que el hombre hiciera contacto visual con ella. Fue cosa de
segundos, pero la escena transcurrió así:
Cuando el candidato la mira a los ojos, ella, que bien
podría llamarse Juana, María o Luisa, lleva el dedo índice de su mano derecha
hasta su cuello y traza una línea recta. El gesto es claro: Capriles, no tienes
chance, no tienes vida.
Él no se molesta, por el contrario, se ríe y le hace un
ademán a la mujer de invitación, también con su mano derecha. Nuevamente el
lenguaje corporal es directo: Ven conmigo, súbete al autobús del progreso.
Pero eso no basta. La mujer vuelve a usar su dedo índice y
señala la cara de Chávez que lleva en el pecho, luego empuña su mano, no con
rabia, no de mala gana sino con pasión,
con amor y se la lleva al corazón, ahí da dos golpecitos: "Que va,
a Chávez lo llevo en el corazón", traduzco yo de este diálogo de gesto que
se da entre los dos seres.
Capriles sonríe otra vez y encoge sus hombros resignado,
pero la sorprende lanzándole un beso, ella se intimida, se sonroja y agacha la
mirada. Lo vuelve a ver, él le guiña el ojo con una picardía evidente. La mujer
no puede evitar la risa y queda con una sonrisa de oreja a oreja.
La situación no puedo sino compararla con aquel hombre que
descuida a su mujer en la casa y el vecino le calienta la oreja sin que él se
de cuenta, o sencillamente haga el que no se da cuenta.
Recuerdo un pasaje de la novela “Yo Quiero a mi Mami” de Jaime
Bayly, en la que cuenta como de niño –nacido en el seno de una familia burgués –
le gustaba hablar sobre política con el kiosquero de la cuadra. El humilde
hombre solía decirle al periodista peruano que nunca votaría por un gobierno de
derecha, porque había sido de la izquierda toda su vida.
Bayly relata cómo en medio de la campaña presidencial, el
candidato de derecha recorrió la exclusiva zona en la que vivía y decidió pararse
en el kiosco de aquel hombre. Ahí no solo le compró un jugo el cual bebió y
dijo que estaba muy sabroso, sino que se despidió con un abrazo de aquel
kiosquero.
El resultado fue que aunque izquierdista de corazón, el
hombre decidió votar por la derecha, porque sentía que aquel candidato era su
amigo, que lo conocía y que incluso se había tomado un jugo preparado por él.
No puedo evitar ligar una escena con la otra y preguntarme
cuán chavista seguirá siendo Juana, María, Luisa o como se llame aquella mujer
luego de aquel cómplice intercambio de gesto con Capriles.
Comentarios