Después de tres meses en la calle, los llamados guerreros de franelas cargan con el dolor de haber perdido en batalla a dos hermanos, ver caer heridos a un montón de compañeros y con el miedo de que su sacrificio no alcance para despertar la conciencia de aquellos, que teniendo en sus manos la posibilidad de ayudar a la recuperación de Venezuela, prefieren pasar agachados

El Peñón del Faro de Lechería se ha convertido en el gran campo de batalla de La Resistencia / Foto JAT

Jueves 29 de
junio. No es un día más de lucha, se trata
de una jornada especial por decir lo menos. Son 90 días desde que un grupo de
muchachos decidió tapar sus rostros con una franela y hacerle frente a la
dictadura. Son 90 días desde que decidieron convertirse en La Resistencia.
En Anzoátegui,
muchos han sido los lugares en los que se han enfrentado a piedras con los
militares y policías, pero su gran campo
de guerra ha sido el sector Peñón del Faro en Lechería. Ahí, donde César
Pereira, un muchacho de 20 años fue asesinado por un policía que le disparó una
metra el 28 de mayo. El mismo sitio en el que Isael Macadán, de 18 años, libró
tantas batallas para luego perder la vida en una confusa situación en el barrio
Tronconal de Barcelona, justo un mes después. Todavía lloran ambas muertes,
pero usan el dolor para inspirar su lucha.
A las 3:00 de
la tarde ya había reportes en las redes sociales de represión en el Peñón del
Faro. En el lugar permanece, día y noche, un piquete de la Guardia Nacional y dos
contenedores que protegen a los uniformados. La excusa es resguardar la sede
regional del Seniat.
Era evidente que
todos los elementos estaban dados para que los muchachos “la armaran”, como le
dicen al hecho de hacerle frente a las autoridades.
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Enfrentamientos iniciaron desde las 3 de la tarde / Foto Vìctor Pinto |
A las 5:00 de la tarde decido, junto a un compañero de trabajo,
ir a la protesta con el propósito de grabar algunos videos y hacer fotos para
difundir los hechos. Al llegar a las cercanías del distribuidor Fabricio Ojeda,
vemos como patrullas tipo Jeep se estacionan en la entrada del centro comercial
Plaza Mayor. Van repletas de policías, pero con la particularidad de que hay
unidades y efectivos de Polibolívar, el ente de seguridad de Barcelona que nuevamente
actúa fuera de su jurisdicción.
“¡Herido… herido!”
Seguimos nuestro camino
hasta el Peñón. El ardor en los ojos, la picazón en la piel y la molestia en la
garganta indican que son muchas las lacrimógenas que han sido lanzadas ya. “¡Herido… herido!”, comienzan a gritar
los guerreros de La Resistencia. Es el aviso para que un motorizado aparezca y
ayude a sacar de la batalla algún muchacho que no puede seguir en combate.
En ese momento
corremos para ver qué pasó. Entre varios traen a un chico desvanecido, no debe
sobrepasar los 18 años de edad. Los gases lo sacaron de combate y casi
desmayado lo montan en una moto para ser trasladado a algún sitio donde pueda
recuperarse y nuevamente volver a la primera fila de lucha.
No ha dado chance
de procesar la escena cuando suenan detonaciones. “¡Miren al cielo!” es
ahora el coro que se escucha a gritos. Y es que comienzan a llover bombas
lacrimógenas. Quienes no tenemos cascos corremos en búsqueda de un techo para
evitar ser impactados. El panorama se nubla por los gases y los muchachos hacen
frente con sus piedras y logran accionar un mortero para hacer retroceder a los
guardias.
“¡Herido…
herido!”, gritan otra vez. Sin máscara resulta imposible acercarse lo suficiente
para ver de qué se trata. Aparece otro motorizado para socorrer. En esta
oportunidad sacan de la zona roja a un joven que aparenta aún menos edad. Va
privado del dolor.
-¿Qué le pasó al chamo?, le grito al motorizado.
-¡Le pegaron algo en la rodilla!, alcanza a
responderme mientras se aleja a toda velocidad.
A mi lado noto a un chico
con capucha, visiblemente afectado por las lacrimógenas. “Hoy estas bichas están picosas… yo creo que esto
es gas pimienta, porque están muy arrechas”.
Ejercito improvisado
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Muchos ni se conocen entre sí / Foto Víctor Pinto |
La Resistencia no solo es
de hombres, ni más faltaba. Es un ejército improvisado de chamos y muchachas
que en su mayoría ni se conocen entre sí. No tienen uniformes, aunque es común
ver una que otra de las icónicas franelas azules con el mensaje #YoSoyLibertador.
Tampoco hay rangos, pero algunos asumen una posición de liderazgo casi innata.
El gran común entre ellos es el deseo de experimentar qué se siente vivir en un
país libre.
Aunque hay chamas que se
ponen en primera fila del enfrentamiento, en su mayoría colaboran con acciones
de logísticas. Varias de ellas van recogiendo piedras en grandes bolsas de tela
para acercarlas hasta los guerreros y así garantizar que nunca se acaben las
municiones. Otras corren de un lado a otro con envases llenos de agua y bicarbonato
para rociar los rostros de todo aquel que se vea afectado por los gases.
Los veo a todos en acción
y me frustra el hecho de saber que con esas franelas en la cara me resultará imposible
reconocerlos en la calle para poder darles las gracias por tanta valentía, pero
entiendo que deban resguardar su identidad:
-Hay panas que tienen
casi dos meses sin ir a sus casas, sin ver a su mamá… porque los tienen
fichados y el Sebin siempre los está
buscando-, me cuenta uno de los jóvenes para justificar la capucha, dice que
saben que desde el Seniat los graban con potentes cámaras.
Más gritos rompen con la
momentánea calma: “¡apoyo, apoyo!”, vociferan desde el lado de la avenida Camejo Octavio y una parte de los
chicos va a socorrer a sus compañeros de lucha.
En ese momento
queda en evidencia la experiencia que les ha dejado a los jóvenes los 90 días
en la calle. El grito lo motivó unas patrullas que se acercaron a toda
velocidad por la avenida, pero solo era una estrategia de la policía para
distraerlos y acorralarlos por el estacionamiento del centro comercial, pero no
funcionó.
Los uniformados
al verse superados tuvieron que retroceder, incluso uno empuñó una pistola 9mm y
apuntó en contra de los encapuchados. Arma que no debió estar en el lugar por estar
prohibido su uso en control de orden público. Los chamos estaban preparados para la batalla también en ese flanco y
a los policías les salió el tiro por la culata en su intento de emboscada.
No sé cuántos
policías resultaron heridos en este nuevo choque, solo alcancé a ver como una
piedra se estrelló en la cabeza de uno de los uniformados. De este lado,
también hay un lesionado. Se trata de un chamo, que como dicen popularmente, no
tiene carne ni para un pastel. A él, algo le impactó en el brazo derecho.
“No sé, creo que
fue una piedra que me lanzó el paco”, dice mientras se sostiene el brazo que se
inflamó de inmediato, aún así no abandona la lucha y sigue guerreando.
Los diálogos
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Celebran que se han convertido en los reyes de la calle / Foto Víctor Pinto |
Ya en tensa
calma, da chance de conversar un poco sobre lo ocurrido.
Uno de los
muchachos hasta se muestra condescendiente con los policías. “Esos policías son
unos cagaos. Polibolívar nunca ha estado en esto y por eso se asustan más
rápido, por eso sacan la pistola, por miedo. Hay que tener más cuidado”, le
comenta uno de los chamos a otro.
Mientras, yo me
encuentro con unos compañeros de la prensa. Al lado de nosotros está uno de los
tantos mirones que se dan cita en el lugar. “Chamo, yo trabajo por aquí y el
fin de semana pasé cerca de los guardias que están en el Seniat y los escuché
hablando. Decían que estos carajitos son incansables, que ya quieren tirar la
toalla y dejar que hagan lo que les dé la gana”, nos dice para sacar
conversación, pero estamos muy pendientes del entorno y seguimos en lo nuestro.
La tregua momentánea
ha permitido que las personas aprovechen para transitar por el lugar e ir a sus
casas. Una señora que camina apurada se devuelve y le dice a uno de los muchachos: “Chico,
te vi así con tu morralito al frente y me recordaste mucho a David Vallenilla.
Dios te cuide mi vida”.
Trato de hacer
memoria, ese nombre me suena. Listo, Ya lo tengo… David Vallenilla fue el estudiante
de enfermería de 22 años, asesinado en Caracas frente a La Carlota.
Otra doña pasa y
le pregunta a los muchachos si ya enterraron a Isael. “No, señora… eso es mañana”,
le responde una de las chamas que sigue recogiendo piedras. La mujer le repica que “ese muchacho era
igualito a César, eso me tiene impresionada” y sigue su camino.
Me llama la
atención cómo la gente reconoce y recuerda los nombres y los rostros de los que
han caído. Son personas que no participan en marchas ni manifestaciones, que
uno cree indiferentes a todo esto, pero que también sufren cada muerte, cada
pérdida. El hecho me deja una duda aún mayor, ¿si tanto
les duele, por qué no actúan?
Más adelante un chamo le explica a otra
señora que debajo de la franela tiene láminas de radiografías y tela de
alfombra, que se quedara tranquila. Asumo que la mujer también se acercó para
mostrar preocupación.
También hay quien se acerca a colaborar.
Traen pimpinas de agua y más bicarbonato para socorrer a los muchachos.
El
Final
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En el Fabricio Ojeda se dio la ùltima batalla de la jornada 90 / Foto Víctor Pinto |
“Necesito puro
tipo serio aquí, vamos pues”, se escucha decir a alguien. Es el llamado para
organizar un nuevo ataque. Esta vez irán hasta la entrada de Plaza Mayor, donde
se han resguardado todos los policías. Es una jugada arriesgada, pero dejan
claro que no tienen miedo. “¡Vamos a suicidarnos en esta vaina, vamos!”,
grita otro para aceptar el reto.
Así comienza la
arremetida en contra de los policías, corren por todo el estacionamiento de
Plaza Mayor hasta la entrada. Van lanzando piedras, accionan los morteros… lo
ponen todo.
Se ve a chamos de
piel rubia cubriendo a otros de tez mucho más oscuras. Hay muchachos con ropa
evidentemente de marcas y muy costosas, defendiendo a otros vestidos con
prendas evidentemente deterioradas y viejas. No hay distingos. Quien todavía
crea que esto se trata de un choque de clases sociales, no sabe dónde está
parado…
Y a la policía no le queda otra que salir
corriendo, desaparecer.
“¡Cada vez los jodemos más!”, celebra uno de los muchachos. Otro se para en
toda la entrada del centro comercial y grita, “¡Mi gente, aquí en Plaza Mayor no necesitan policías, aquí tienen a La Resistencia
para cuidarlos!”.
Así también toman
el control de ese lado de la Camejo Octavio. Montan barricadas y hacen arder
desechos para declarar que son los dueños de la calle. Del estacionamiento del
centro comercial comienzan a salir vehículos. Todos dan muestras de apoyo: “Cuídense muchachos, por favor”, les dice una mujer casi a punto de romper en
llanto a los chicos cuando sale con su carro.
Al rato comienza
a caer la lluvia y se da el último
enfrentamiento. Los muchachos desde la entrada y los uniformados desde lo alto
del distribuidor Fabricio Ojeda. ¿Qué pensaría el periodista que dio su vida a favor de la democracia, si
viera que una estructura que lleva su nombre es utilizada como una ventaja para
reprimir a quienes sueñan con ser libres?
En el asfalto los guerreros gritan que hay
civiles con la policía, son colectivos, que son metras las que están disparando.
La situación se vuelve muy peligrosa no solo para ellos, sino para las personas
que se encuentran en los alrededores, así que deciden replegarse. Así dan por terminada la jornada 90.
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Instalaciones de Mercal en la intercomunal ardieron / Foto Víctor Pinto |
Ya resguardado de la lluvia, comienzo a ver
fuego detrás del distribuidor. Me dirijo al lugar y veo que es un galpón de
Mercal lo que arde. Si todos los de La Resistencia tuvieron que correr hacia
Plaza Mayor y sus alrededores y el Fabricio Ojeda estaba repleto de policías ¿quién
quemó el almacén?
Así zanjo mi jornada personal y me dirijo a
casa seguro de cuál sería el discurso del gobernador al día siguiente: La derecha terrorista quemó una instalación que sirve
al pueblo.
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