Por: Néstor González
Desde el principio ella fue clara conmigo: "no quiero que mezclemos sentimientos en esto". Aunque sus pretensiones le cayeron como anillo al dedo a mis locuras de los fines de semana, cada encuentro entre nosotros creaba una nueva necesidad de verla y, cada separación era un puñal cuya herida sólo cerraba con un abrazo suyo.
Luego de cinco meses viéndonos cada una o dos semanas, me cansé. Estaba dispuesto a renunciar al sentimiento que había surgido dentro de mí con tal de no sentirme tan desplazado por su estúpido novio. Total, mujeres hay muchas. Por eso, aquel sábado le dije que nos encontráramos en el centro comercial cercano a mi casa.
Para convencerme de que no llegaría a nuestra cita bastaron dos horas de espera y un celular apagado. Pese a que mi desdicha fue igual a la de sus mil embarques anteriores, también comprendí que no era necesario aquel encuentro porque ya todo había terminado. Fue entonces cuando una amiga que tenía tres años sin ver, me llamó para pasarme buscando.
La amistad entre Virginia y yo estuvo basada en el sexo hasta que ambos nos enamoramos de nuestras parejas de aquel entonces y transformamos aquella lujuria en una falsa pero hermosa hermandad. Apenas me subí al carro, me abrazó con todas sus fuerzas y me dijo que debíamos buscar a alguien, a una mujer bellísima que me iba a encantar pero que no debía tocar.
Quince minutos después llegamos a una casa enorme de rejas amarillas y rosas rojas; dieciséis gritos después la misma mujer por la que casi lloro en la playa saldría diciendo "Ya voy pues". ¿Casualidad? ¿Castigo divino? ¿Sátira de algún hecho menos doloroso? ¿A quién le importa? debía afrontarlo.
"Ya nos conocimos en una fiesta", fue la respuesta que le di a mi amiga cuando nos presentó; y "bueno señores, son las nueve de la noche, vamos a rumbear", fue la expresión de una Virginia que de pronto parecía drogada de alegría.
Cuando llegamos a la discoteca y nos sentamos en torno a dos botellas de vino, sólo pensaba en quedarme a solas con Sandra -ese era su nombre- para descargarme o simplemente despedirme. La situación se dio cuando Virginia fue al baño.
-Esperaba que al menos hoy no me dejaras embarcado -le dije con solidez, para que tímidamente respondiera:
-Lo siento, tuve un problema.
-No me mientas, obviamente esto se acabó.
-Piensa lo que quieras, no es fácil para mí.
-No arruinemos la noche, hace siglos no veo a Virginia.
-Me parece muy bien, ella es demasiado especial.
En ese momento llegó Virginia para alegrarnos la cara con sus chistes fuera de lugar y sus explícitas muestras de afecto para con ambos. Conversaciones interesantes hicieron pasar las horas en el mismo ritmo que las botellas y, bailando bajo los efectos de esas deliciosas uvas fermentadas, nuestros cuerpos empezaron a acercarse a un ritmo muy diferente al de aquel estruendoso reggaetón.
Recuerdo que los tres estábamos sudados y ellas hacían un emparedado tan vulgar con mi cuerpo que no sé dónde habíamos dejado la vergüenza. Tras cuatro o cinco roces de sus labios con cada uno de mis oídos, tuve que sentarme para ocultar mi excitación al gentío presente.
Borrachas, ellas siguieron bailando como si hubiesen roto la barrera que era yo. Sus cuerpos encajaban tan bien entre sí que parecían protagonistas de alguna coreografía, y sus movimientos eran tan sensuales que nadie en el local podía dejar de verlas. Estaba seguro de que si no las detenía se iban a besar en cualquier momento y aunque habría sido el mejor de los espectáculos, no podía dejar que se rayaran así.
-Nos vamos -dije con autoridad para que esas dos se despegaran. Sin embargo, no podía dejar de sonreír mientras me imaginaba estando con ambas minutos después. Una vez en el auto, Virginia me pidió que condujera y haló a Sandra hacia la parte de atrás. Después de cuatro minutos de camino, un gemido indiscreto me hizo detener el carro y prender la luz para notar los dedos de cada una en la vagina de la otra.
Aquella imagen tan hardcore contrastaba peculiarmente con el beso tímido y sin lengua que se daban mientras omitían mi existencia de simple mirón. Ahora cobraban sentido las palabras de Virginia cuando me dijo que buscaríamos a una mujer bellísima que me encantaría pero que no podía tocar, claro, era suya.
Tampoco notaron mi existencia cuando nos subimos al ascensor de mi edificio. Ahora se besaban tan apasionadamente que viendo el movimiento de aquellas bocas, no me di cuenta en qué momento se habían comenzado a despojar de sus prendas.
Los senos de ambas eran grandes, operados, pecosos y deliciosos a la vista a pesar de los sostenes negros que ambas llevaban. Las blusas en el suelo, las faldas abiertas y las braguitas deseosas conformaban una obra de teatro digna de llevar al cine. Me moría por participar, por actuar, pero temí dañar ese acto tan sublime y decidí ser sólo un espectador privilegiado.
Aunque me sentí idiota recogiendo la ropa que dejaban tirada en los pasillos del conjunto residencial, también disfruté casa instante como el momento cumbre de todo amante de los videos Private. Una vez en mi cuarto, se acostaron en la cama y no objetaron cuando prendí las luces para verlas mejor. Virginia parecía una leona buscando la entrepierna de Sandra y ésta le guiaba la cabeza como una cebra deseosa de ser devorada.
Jamás había visto tanta dedicación, placer y disciplina como en la manera acompasada en que Virginia lamía la vagina de Sandra. Con sus ojos cerrados, mi amiga se deleitaba en los jugos de mi amante, y los tragaba mientras se acariciaba los pezones que se lubricaba ella misma con el líquido blanco de sus dedos.
Necesitaba incorporarme, pero cada vez que lo intentaba Sandra volvía a recordar mi existencia para pedirme que aguardara un poco. No aguantaba el deseo pero también quería ver. Quería ver y seguir viendo cómo ahora era Sandra quien satisfacía con su lengua los inagotables deseos de la concha de Virginia, quien al no dejarse quitar las diminutas pantaletas hacía todo más interesante.
Fue entonces cuando no aguanté y le puse el miembro a Virginia en la boca, en una boca que hizo desastres en confabulación con su lengua y me hizo llegar para succionar y llenarle el rostro de semen a Sandra al ritmo de besos y más besos.
Así se repetía la historia, yo agotado y tirado a un lado de la vida de Sandra, y ella omitiendo mi existencia a sabiendas de que me tiene allí, como una segunda opción que utilizará si no queda satisfecha, como un por sia caso.
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