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“Un preso desarmado es hombre muerto”

Tensa calma se siente en el internado de Puente Ayala con la presencia de 800 reclusos de El Rodeo


A las afueras se distinguen los distintos grupos de visitantes
Luego de varias horas de pie la mujer busca donde sentarse a descansar. Sin querer tropieza con una botella, la cual va directo al suelo y produce el estruendo propio del  vidrio al quebrarse. La reacción no se hace esperar: gran parte de quienes hacen fila para entrar se sobresalta, incluso una señora deja escapar un “¡ay Dios mío!”.


La escena ocurre a las afueras de la cárcel de Puente Ayala o Internado Judicial José Antonio Anzoátegui, como es su nombre oficial.


En el lugar se reiniciaron las visitas durante el fin semana luego de un motín el pasado viernes y el susto causado por la botella demuestra que la normalidad no llega al penal, si acaso, una tensa calma.


Inconscientemente los visitantes se agrupan en sectores que hacen fácil identificarlos: las más apartadas son las trabajadoras sexuales que prestan sus servicios a los reos. Suman 8, aunque son muchas más las que acuden regularmente al penal. Están a la espera de poder entrar a trabajar, pues hasta ahora solo madres y esposas tienen acceso a las visitas, aunque ayer permitieron el paso a los hombres también.


En el centro se encuentran quienes acuden a llevar ropa y alimentos a sus familiares, pero no les interesa entrar a la cárcel. Los propios internos se acercan a la reja y recogen sus cosas.
El tercer grupo, ya parado frente al portón, espera por la revisión de rigor para ingresar a la penitenciaría. Revisan sus cosas, revisan sus cuerpos y hasta deben pasar por detectores de metales y Rayos X, elementos nuevos, también luego del motín.


La llegada de un lujoso carro blanco deja al descubierto la presencia de otro segmento, más privilegiado.


Del vehículo baja una señora de la tercera edad que se mueve con dificultad apoyada con un bastón. Es de rasgos árabe y su apariencia hace presumirla de buena posición económica. Va acompañada de otra mujer, mucho más joven, aparenta menos de 40. Ambas sobrepasan el portón sin ningún tipo de revisión, ni hacen cola; incluso un reo aguarda con una silla de ruedas para trasladar a la señora y facilitar su desplazamiento por el interior del penal.


Arepera que funciona en Puente Ayala
A mí se me hace que son la mamá y la mujer de alguien con plata, o de uno de esos ‘pran’, porque nunca las revisan (...) el domingo pasado llegaron con una torta grandísima y un poco de ollas y los guardias ni destaparon las ollas para ver qué llevaban”, comenta Rosaura quien espera que su hermana salga por el portón por el que entró hace 40 minutos para visitar a su nieto preso. “A mí no me gusta entrar, por miedo y porque como uno no tiene plata, a uno si lo desnudan y le revisan hasta el alma”, recalca la mujer más que resignada.


Pero en el portón también se da otro tipo de intercambios. Uno de los internos, sin camisa y tostado por el sol se acerca con un cachorro en las manos. Se trata de un rottweiler de no más de 2 meses de nacido. Le entrega el perro a un joven a través de un hueco en la reja y a cambio recibe varios billetes. Es apenas una de las actividades comerciales que  se dan desde Puente Ayala.

El inframundo 

El Pran decide quién tiene derecho a construir su propia "pieza"

Fuente de soda, bodegas, criadero de animales y una carnicería son solo algunos de los elementos que hacen de esta prisión un mundo dentro de otro mundo.


Como las otras cárceles del país, tiene un sistema de “gobierno” y reglas que marcan la convivencia, los denominados “pranes”.


“Julito” tiene apenas 19 años y es nuevo en Puente Ayala, pocos meses suma tras las rejas “por andar con malas juntas” y con la llegada de los presos de El Rodeo II vivió su prueba más dura dentro de la cárcel hasta ahora.


Aunque las autoridades aseguran que ambos grupos se encuentran separados, “Julito” cuenta como unos  de los “importados” lo desterraron de su celda.


“Llegaron y se quedaron con la colchoneta, el mercado que tenía y unos reales. Como me negué a cocinarles y a limpiar, porque yo ni soy mujer ni marica, entonces me golpearon y me pusieron a dormir afuera”.


Fueron dos noches que estuvo a la intemperie, dos noches en las que no pegó un ojo, ni él y mucho menos su familia. Logró mantener el celular que gracias al soborno a un guardia nacional su familia le entregó. Usó el aparato e informó lo que estaba pasando. Fue así como contactó con “Jonathan”, un familiar lejano con dos años en Puente Ayala y en condiciones mucho más cómodas que las de él.


“Aquí preso que no esté armado ni tenga dinero, es hombre muerto”, sentencia el muchacho.


“Jonathan” es barbero y corrió con la suerte de caerle bien a uno de los pranes, niega que esté pagando por “la causa”. Está preso porque amenazó de muerte a un ladrón que le robó la moto a su hermano. Unos días después el “choro” fue asesinado y fue el principal sospechoso. No sabe en qué estado se encuentra su caso, al igual que el 70% de los reos del lugar.


“Un día el Pran me dijo que agarrara una parcela para construir mi pieza. Me ayudó a meter el cemento y los bloques que me consiguió mi mamá”, cuenta  “Jonathan”, quien no solo tiene su pieza, sino que ya la tiene equipada con un aire acondicionado, un televisor, dvd, microondas y una computadora. Todo gracias a su amistad con el jefe, quien además le permitió montar su propia barbería.


Fue así como “Jonathan” no dudó en albergar a “Julito” en su pieza, por solidaridad, “porque aunque lejana, familia es familia”.


En el lugar hay áreas divididas por pabellones donde existe un “Pran”. “Si a él le llega a gustar tu esposa o hermana debes acceder a que tenga algo con ella o de lo contrario debes mudarte de pabellón porque te pueden matar por eso”, confiesa otro reo. 


Así cada interno lleva el día a día en Puente Ayala, tratando de simular una vida normal, como “Julito” que se divierte montando a caballo, otro de los beneficios de estar entre “los panas” del jefe. Sí, un caballo, no leyó mal.


Cada semana los presos pagan por “la causa”

En la cárcel todo tiene un precio. Desde el acceso a un teléfono hasta el derecho a la vida deben ser costeados por los familiares.


Si bien es cierto que el Estado debe velar por la seguridad, alimentación, salud y la integridad física de los privados de libertad, el control de los penales está en manos de un grupo de internos conocido como “pranes”, que son los líderes de los diferentes pabellones.


Imponen prácticamente un régimen dictatorial en su área de dominio.Todos los presos que se encuentren confinados en las distintas letras que conforman el pabellón, deben cancelarle semanalmente al líder una cuota, que actualmente es de 60 bolívares fuertes, que es lo que se conoce como “la causa”.


Sin embargo, dicha tarifa puede variar de acuerdo con la ubicación . También se paga una suma superior por estar en áreas privilegiadas, donde por lo general pagan condena narcotraficantes.


Cuando un preso ingresa al pabellón, el pran le hace un estudio socioeconómico y, de acuerdo con los resultados, le impone la tarifa.


Según los presos, con esa “causa” que es cobrada los domingos, los líderes se apertrechan de municiones, compran las armas, en algunos casos cancelan las mensualidades del servicio de televisión por cable, la tenencia de mascotas y le pagan a las autoridades para que los dejen reinar.


Los reos que son abandonados por sus familias o que reciben visita con poca frecuencia son llamados “fritos”. Como no tienen quien sufrague “la causa”, le pagan al pran realizando servicios, como limpieza de celdas y preparando, en pequeñas hornillas para sus compañeros de pabellón, los alimentos que todas las semanas les llevan los padres, hermanos y esposas.


Hay otros servicios. El Pran se encarga de negociar con la Guardia Nacional el ingreso de mercancía ilegal. Algunos de los precios de los que se tiene conocimiento es que por una pistola, El Guardia puede recibir 300 bolívares. Por unas 6 botellas de cerveza el negocio se cierra entre 100 y 200 bolívares, similar precio hay que cancelar para que los custodios se hagan de la vista gorda ante la presencia de una granada.


300 bolívares son necesarios para dejar entrar un peine cargado de balas. La suma se dispara en el caso de los fusiles: 10 mil bolívares fuertes.


Por su puesto, la droga también: Mil bolívares por un kilo de marihuana y 4 mil por uno de cocaína.


"Julito" y varios de sus compañeros tocan samba para pasar el tiempo





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